Estuvimos en el sofá hasta las once. No quería que Daniel se fuera así
que intenté que no se notara todo el sueño que tenía. Pero el sueño me
ganó y me quedé dormida. Me desperté a las 5:00 de la madrugada en mi
cama. Daniel me había llevado a mi cama y se había ido sin despertarme.
Era un encanto. Me volví a dormir. Esa noche hizo frío y me tuve que
tapar con una sábana. Me desperté a las 8:00 y bajé a desayunar todavía
dormida. Desayuné unos cereales con leche. Llamaron al timbre. Fui
corriendo porque creía que era Daniel. Abrí la puerta y me encontré con
mi prima Sara. Traía una bolsa llena de comida.
-¡Sara!- dije abrazandola.
-¡Hola, Marina! Te traigo esto.
-¿Comida?
-Sí, mi madre me ha dicho que te la traiga. Tu madre le dijo a la mía que se iba y que te trajera comida y después se la pagaba.
-Pues muchas gracias, aunque en realidad no he gastado nada prácticamente.
-Bueno, yo te lo dejo aquí y ya está.
-Vale.- le dije sonriendo.
-Bueno, adiós.
-¿Ya te vas?
-Sí.
Sara se fue y yo empecé a guardar la comida en su sitio. Tuve problemas
para meter toda la comida en el frigorífico, así que la metí como pude,
toda apretada. Al parecer mi madre iba a tener razón y yo era un
desastre. Me reí al recordar las palabras que siempre me decía mi madre.
En ese momento me acordé de otras palabras mucho más recientes que me
dijo mi madre: “Recuerda que tienes que ocuparte de la casa”. Perfecto,
mi madre me manda que me ocupe de la casa y yo estoy todo el día fuera.
Era el momento de ponerme a limpiar, mis padres podían llegar cualquier
día. Me terminé los cereales, metí el cuenco en el lavavajillas y los
cereales en el mueble que había al lado del frigorífico. Fui a coger el
cepillo para barrer. Barrí toda la parte de arriba y ordené mi cuarto,
que estaba todo desordenado con ropa por todas partes: en el suelo, en
el escritorio, en la cama... en todos sitios menos en el armario. Lo
hice deprisa, no quería pasarme toda la mañana liada con la limpieza.
Cuando terminé de barrer, fregué el cuarto de mis padres, mi cuarto, los
dos cuartos de baño. Todo fregado. Cuando ya estaba en la parte de
abajo, la barrí y también la fregué. Puse el lavavajillas y tiré la
bolsa de la basura al contenedor que había antes de llegar a la playa.
“¡Mierda! Todavía tengo puesto el pijama.” Yo, como siempre, tan tonta y
despistada. Y estaba todo fregado. Me tumbé en el sofá y me conecté al
tuenti desde el móvil. Había bastante gente conectada. Estaba conectada
Paula, una de las chicas que estaban en la playa el día que conocí a
Daniel y a Fernando. Le saludé con un “Hola” no muy entusiasmado, ya que
ella tampoco me había saludado ni una vez desde que me mandó una
petición. Ella me respondió con un “Holaaa” que a simple vista me
parecía simpático pero que nunca podría saber con qué estado de ánimo me
lo decía. Me sorprendió que me dijera a continuación un “¿Qué tal?”, a
lo que yo le respondí con un “Bien, ¿y tú?”. Estuvo un buen rato sin
contestar, lo que no me causó mucha sorpresa, pues yo ya sabía que esa
extraña simpatía no duraría mucho. Estuve mirando las fotos de Daniel.
“Marina, espero que sea simple aburrimiento.” me decía el corazón. ¡Pues
claro que era simple aburrimiento! ¿O lo estaría controlando? En una
foto vi a Daniel con otra chica, la foto era de hacía tiempo. Meses,
mejor dicho. Pensé que sería Pilar. Se veía guapa. Era pelirroja y tenía
los ojos oscuros. Era realmente guapa. A simple vista se veía que era
una rompecorazones. Muchos estarían enamorados de ella en estos
momentos. La cuestión era que yo nunca la había visto en mi instituto.
Nunca había visto a Daniel, Pilar o Bruno. Sim embargo, a Laura, Paula y
Carmen las había visto alguna que otra vez en el patio del instituto.
Ninguna palabra, solo miradas y pensamientos. Siempre había pensado que
eran una chicas presumidas, típico en mi instituto, pero cuando las
conocí aquella noche me di cuenta de lo equivocada que estaba. Aquellas
chicas que me parecían presumidas acabaron por ser las chicas más
normales de mi instituto. No formaban parte de las pijas, ni de las
presumidas, ni de las de “¡Me he roto una uña!”. Ellas eran más bien de
las que preferían llevar una gorra antes que llevar pestañas postizas.
Aquello era raro en mi instituto. Muy pocas renunciarían a los tacones,
los pintalabios, los coloretes y todas esas cosas que hacían que las
caras de las chicas parecieran un libro para colorear. De repente el
ruido de una notificación de tuenti me sacó de mis pensamientos. “Estoy
bien. Me he enterado de que estás saliendo con Daniel.” Esa fue la
respuesta de Paula. Era increíble lo rápido que corrían los cotilleos en
ese pueblo. ¿Quién lo sabía? Inma, Austrid y Bruno. Estaba segura de
que si Paula lo sabía, lo sabría ya todo el mundo. Bueno, que se
enterase todo el mundo, qué mas da. Ya me imaginaba la frase que le
diría a alguna pija cuando me preguntara si estaba con Daniel: Pues sí, y
si la envidia te mata, jódete niñata. Punto final. Para algo bueno que
tenía, presumiría. Llamaron al timbre. Fui descalza hasta la puerta para
no manchar más el suelo. Cuando abrí la puerta, me sorprendí por lo que
acaba de ver. Sería una imaginación. Pero no lo era.
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